Read

Join Us!
Read
Mujeres Sin Filtro

¡Ay de mí!: sobre por qué no salgo en las listas de mujeres poderosas.

Por qué a diferencia de muchas amigas mías, no saldré en las listas de las “mujeres más poderosas de México"

By:
Miriam Grunstein
¿Por qué no salgo en las listas de mujeres poderosas?

Sea cuando se publique, hoy, ocho de marzo, escribo esta primera entrada para este blog. Hoy es el Día Internacional de la Mujer y, al contrario de los rebaños enardecidos, me niego a entrar en discusiones insustanciales sobre si debemos felicitar a las mujeres, con flores y bomboncitos, o conmemorar a las costureras que marcharon ese día, en 1857,  a favor de sus derechos laborales y humanos. 

Frívolamente, aquí voy a hablar de mí y sobre, por qué a diferencia de muchas amigas mías en México, no saldré en las listas de las “mujeres más poderosas de México.”

Relación Amor-Odio con el Reconocimiento

Desde pequeña he tenido una relación tirante con el status y, por la misma razón, con el reconocimiento. Crecí en una familia “rica” en México, cosa que es relativamente fácil en un país donde tener un techo y una televisión te acomoda en la clase media. Digamos, pues, que, aunque estoy a años luz de ser de la camada de Carlos Slim, de igual forma estoy igual de lejos de dormir bajo un puente. 

Casualmente, sí tengo algo en común con las costureras que marcharon el 8 de marzo de 1857. Mi abuela materna fue una costurera en Nueva York, integrante del “Ladies’ Garment  Workers Union”, uno de los sindicatos más fuertes de la industria del vestido en el mundo. Mi abuelo, que también trabajaba los trapos, abrió tal vez la primera fábrica de medias de nylon en mi país. Les fue bien, no tan bien como a Slim, pero lo suficiente para crecer en una familia que tuvo dinero de sobra para vivir culterana y suntuariamente; pudimos viajar, coleccionar arte, conocer el mundo y educar a los vástagos en los mejores colegios. Crecí en Polanco, donde viven los ricos en México, y fui a una escuela cerca de casa, a la que asistían los hijos de clase política de mi país. Y, mientras que mis compañeros, y en particular mis maestras les lamían las zuelas, yo sostuve un pleito casado con ellos toda mi infancia. Confieso que mucho de mi encono se debía a prejuicios: algunos eran muy mala onda y otros no. Por ejemplo, la hija del entonces Secretario de Gobernación era insufrible por altiva además de boba. En cambio, la nieta de un ex presidente, y también hija de los dueños del grupo de televisión dominante en México, era más bien plana y apacible. Su cara y su temperamento eran como un protector de pantalla. Como sea, su linaje político me daba repelús. Desde que tengo juicio, sé que México ha tenido tan sólo intersticios democráticos, y he sido, como mi abuela, de las que salen, trabajan y escriben, para protestar a favor de muchas causas. Y no lo niego: me gusta el reflector pero detesto buscarlo, y más, que mi autoestima dependa de él. Algún filósofo griego, que en este momento no identifico, dijo alguna vez que “los honores dependen de quién los concede, no de quiénes los merecen.” Es sano no volverse adicta a algo que, por las razones que sean, alguien te deje de dar.

¿Camino o Carrera? El Crecimiento Abierto, Horizontal

Ha pasado casi medio siglo desde los trompicones de esa niña con el status y el poder. Desde entonces, fui una mala alumna en secundaria y preparatoria (con notas reprobatorias), mientras que obtuve resultados sobresalientes como universitaria. Cursé cuatro carreras, entre las cuales fueron maestría y doctorado en letras, luego de los cuales estudié derecho para ganarme la vida. Mi padre, fastidiado de mis aficiones aristocráticas –caballos y letras-,advirtió que, al cabo de financiar mi formación jurídica, no volvería a darme un peso, tal vez, hasta su muerte. Así que, tras obtener mi título, acepté el primer puesto bien pagado que me ofrecieron en una agencia de gobierno encargada de regular actividades de energía, es decir, la industria del gas y la electricidad. Por más soporífera que me parecía la materia, daba lo suficiente para mantener a los caballos. Sin embargo, pasados meses, la industria energética me pareció muy divertida pues estaba boyante de historias: grandes empresas, magnates, muchísimo dinero, política, corrupción. intrigas y adrenalina a más no poder. Ya no tenía que leer novelas; las vivía día con día. Pero, como trabajaba en el gobierno, no tardé en darme de topes con funcionarios públicos facinerosos, de altísimo rango, defendida por mi jefe que era un iconoclasta empedernido. Empero, al salir él, sabía que mis días de burócrata estaban contados. 

Por talentosa, pasé a la consultoría privada, en algunos de los despachos internacionales donde crecí mucho profesionalmente. Pese a mis propias predicciones fatalistas, hoy me precio de ser una abogada de energía que goza de un ancho reconocimiento, incluso fuera de México. Pero la ruedita del hámster de las grandes firmas me hizo asaz infeliz. Digo “hámster” y no “rata” porque el primer animalito sirve más a la metáfora. “Hamster” en alemán quiere decir “bolso” y mi papel en la firma era llenárselo de billetes a los socios para que pudieran condecorarse son símbolos de status: coches, corbatas, colegios privados para sus hijos, y clubes de golf. Mi choque con el sistema era inevitable y previsible. Por insatisfacción anímica, salí por piernas de mi jaula de cristal y cromo.

Desde entonces, he hecho de todo: he sido profesora de las mejores instituciones de educación superior de México, pero no soy una académica ortodoxa, así que no resistí el escrutinio puntilloso de mis colegas. Mi trabajo no cuadraba en esquema metodológico alguno. Así que mejor abrí mi despacho como independiente, escribo, y compré un rancho donde mantengo un santuario de conservación forestal que además alberga a 40 animalitos rescatados del abuso y del perol.  Pese a las altas y bajas, si bien no puedo darme el lujo de hacer lo que se me pega la gana, gano y tengo lo suficiente para hacer, mal que bien, lo que quiero. 

Mientras tanto, mis amigas –por ser o haber sido funcionarias públicas o empresarias de alto nivel—hoy salen en las listas de las 100 mujeres “más poderosas de México” y yo no. Mentiría si dijera que no me importa. Tan me importa que le he dedicado toda una entrada a la reflexión sobre por qué no estoy ahí. Y es así porque yo elegí libremente abandonar el sistema. Porque, para mí, el costo de “romper el techo de cristal”, ya sea en el poder político o en el escalafón corporativo, hubiera sido demasiado alto. 

Como sea, este día es para conmemorar costureras, que no salieron ni saldrán en lista alguna, pero que, gracias a ellas, abrieron el espacio para mujeres que, como yo, son libres para elegir entre trepar hacia la cima del poder y dinero o andar a campo abierto. Gracias a ella paso de Polanco al pulque, de la autopista a la terracería. 

Editado por

Raquel Rojas

¡Ay de mí!: sobre por qué no salgo en las listas de mujeres poderosas.
Miriam Grunstein
Tras abandonar la ilusión de ser novelista, Miriam Grunstein se dedicó al Derecho para mantener a sus caballos. Fortuitamente, porque quería dedicarse a las bellas letras, se ha dedicado a asesorar a gobiernos y empresas con sus negocios de petróleo, gas y electricidad, lo cual hace bien y con gusto. Le gusta el campo, donde tiene un rancho, conserva un ciento de encinos y 40 animales, entre ellos, sus caballos. Ahí en el pueblo, apoya a la comunidad, en particular, para que tengan un consumo energético más económico y eficiente.
funfunfunfun

Comments

Related COntent
¡Lleva Fuckup Nights a tu organización!

Transformemos nuestra percepción del fracaso y utilicémoslo como catalizador del crecimiento.