Miriam Grunstein nos comparte su historia de fracaso.

Queremos cerrar el año con broche de oro, y para ello te traemos la historia de Miriam Grunstein, una de las voces más honestas del sector energético en México. Y quien nos compartió su fuckup en exclusiva para esta newsletter.
No fue una bancarrota ni una disputa legal, sino un golpe al ego y la constante duda del “hubiera”. Esta es la historia de cómo un momento de espontaneidad la llevó a una situación incómoda con una figura que años después llegaría a ser presidenta de México.
Sigue leyendo para conocer su historia.
Miriam Grunstein es abogada, escritora y académica especializada en energía. Con más de 25 años de experiencia en regulación y política energética, ha colaborado con firmas y organismos públicos internacionales. Se autodefine como una “una metepatas profesional” y “narcisista en rehabilitación”. Rechaza los “títulos nobiliarios” del éxito profesional y prefiere hablar de satisfacción personal. Diagnosticada desde niña con trastorno de desafío oposicional, Miriam se caracteriza por su perspicacia, franqueza y pensamiento crítico.
Miriam: Es aquél instante en que dices o haces algo fuera de lugar y todo se va a la mierda, para siempre. Es ser irrelevante. Para un narcisista en recuperación como yo, la indiferencia duele más que el rechazo o el odio. Puedes sobrevivir al enojo de alguien, pero no a su indiferencia. También es intentar encajar, acartonarme… eso sí sería un fracaso.
Miriam: Era una abogada en el sector energético con cierta visibilidad pública, estaba acostumbrada a hablar con franqueza y cierto orgullo: quería ser “Standupera Petrolera”. Buscaba ser una analista de energía popular, conocida y divertida.
Carmen Aristegui (reconocida periodista en México) me citó para participar en su programa. Llegué medio dormida, muy de mañana, a la sala de espera. Me senté y, de pronto, entró una mujer muy delgada, con un suéter enorme, las manos en los bolsillos, algo encorvada y con un gorro que parecía de mi papá.
Llevaba también unos jeans que le quedaban grandes. Parecía salida de mis años de juventud marxista. Era Claudia Sheinbaum, la futura presidenta de México.
Creo que acababa de ganar la gubernatura de la Ciudad de México. La reconocí de inmediato y le dije: “Hola, Claudia”. Me sorprendió mucho que volteara y respondiera: “Hola, Miriam”. Evidentemente me ubicaba de algún lado, seguramente del sector energético.
Intenté seguir la conversación pero no tuve mucho éxito.
Miriam: Tengo un amigo escritor en Argentina que habla de “incidentes irrelevantes con consecuencias infinitas”. Este es uno de esos sucesos.
Nos llevaron al estudio, donde ya estaban otras expertas en la industria. Entonces inicia el debate.
Durante la conversación, una de las expertas insistía en que la reforma energética en México no era una privatización y que el Estado mantendría el control. Otra repetía que no era una reforma a favor de las empresas, sino del usuario, enfocada en generar competencia para bajar precios. Claudia, en cambio, no decía nada.
Cuando me tocó hablar, mencioné las fragilidades de la reforma y dije que, si en algún momento llegaba al poder alguien como Andrés Manuel López Obrador (su mentor y aliado político más importante, y ahora ex-presidente), todo ese marco legal podría venirse abajo.
Intentando bromear con Claudia, comenté: “Bueno, esto seguramente te gustaría”. Ella me miró con unos ojos gélidos y dijo: “No voy a caer en provocaciones”.
Esa frase me congeló. No por su tono, sino por lo que significaba: una muralla invisible. Yo quería generar diálogo; ella, protegerse. Pero lo que para mí fue una broma sin malicia, para ella fue una afrenta. No lo supe entonces. Lo entendí doce años después…

Miriam: Yo creo que para ella soy más que irrelevante, pero la gente cercana a ella sí vió el programa y sí se acuerdan que tuvo un momento de irritación conmigo.
El golpe no fue inmediato. Fue doce años después, que uno de sus colaboradores, ya en la campaña presidencial de Sheinbaum, me dijo: “Miriam, qué bárbara… lo tuyo incomoda.”
Y ahí comprendí: las palabras no se olvidan. Una frase mal ubicada puede quedarse flotando en la memoria y silenciosamente cerrar puertas.
Cuando ella ganó la presidencia, vi que mis amigos estaban en su gabinete y yo quería hacer cosas con ellos, pues tenemos una agenda similar.
Sentí un sutil recelo en ciertos círculos, un “te invitamos, pero hasta cierto punto”. Nada explícito, pero suficiente para entender que mi estilo tenía consecuencias.
Miriam: Nunca imaginé que a quien le piqué las costillas sería la presidenta de la república años después. Sentí zozobra. Esa sensación de “awkwardness”. El contexto que complica las cosas es que todo mi entorno de negocios quiere caerle bien a la Presidenta de la República.
Yo creo que la duda forma gran parte de esta frustración. A veces pienso que me gustaría que este episodio hubiera sido más relevante, pero creo que no lo fue. Además, durante buena parte del sexenio anterior al de Claudia, hice muchas críticas al gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Es algo más en mi récord.
Miriam: Nada. Si no, no tendría nada que contarles. Eso sí, pienso mucho en la evolución de Claudia: cómo la persona más improbable puede llegar a convertirse en la más poderosa.
No digo que cualquiera pueda ser Claudia; ella ha tenido una disciplina política y una dedicación que yo no tengo, y que muy pocas personas que conozco tienen. Pero su evolución es impresionante. Haber pasado una hora con ella, haber visto a esa mujer de hace doce años y compararla con lo que es hoy (me identifique o no con su proyecto) marcó mi vida.
Y no solo por verla, sino porque hice un comentario que no le gustó. Nunca sabes con quién estás hablando, nunca sabes a quién te estás acercando. Si pudiera volver a esa mañana, tal vez no me habría callado de igual manera, pero seguro habría recordado la frase que una vez me dijo mi hermano.
“La inteligencia es saber a quién tienes enfrente.”
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Editado por
Ricardo Guerrero
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