Gabriela Rosas nos comparte dos historia de resiliencia, lanzando una empresa en México y su maternidad.
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Esta es una historia única. Formó parte de uno de nuestros eventos corporativos más memorables de 2025: una edición especial junto al banco BBVA para celebrar la maternidad.
En esa ocasión, Gabriela Rosas se puso frente a casi 500 colaboradores del banco (y hoy frente a nosotros también) para contar no una, sino dos historias unidas por un mismo hilo: la persistencia.
Relatos que van desde robos, vandalismo, unos “juegos del hambre con el gobierno”, hasta ocho intentos de embarazo in vitro. Historias con desenlaces muy distintos, pero con una misma enseñanza que Gabriela decidió compartir con nosotros.
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Gabriela Rosas es mamá de un niño y madrastra de tres. Lleva más de 10 años enfocándose en trabajar con startups y empresas de tecnología, especialmente en el lanzamiento de negocios extranjeros en mercados latinoamericanos. Apasionada por el coaching, trabajar el "ser" humano para lograr resultados en entornos empresariales demandantes.
Actualmente trabaja con mujeres y hombres en posiciones de liderazgo así como con parejas que lidian con temas de fertilidad o dudas sobre la maternidad.
Gabriela: Me llevó varios años distinguir “fracaso”, pues crecí en una idea, donde fracaso o fracasar estaba directamente relacionado con quién eras o no eras tú, ser o no ser un fracasado. Sin embargo, hoy mi definición de fracaso favorita simplemente es: la distinción entre resultado deseado cumplido o no cumplido, punto.
Gabriela: Yo trabajaba en una empresa divina llamada Hotel Tonight. Mi trabajo era en parte ir a los hoteles, quedarme en ellos y negociar tratos con los hoteleros. Era una vida muy bonita.
En algún momento, Airbnb adquirió la empresa y eso me ayudó a reconsiderar el siguiente paso de mi carrera. Y fue justo en ese momento que alguien me buscó para proponerme hacer lo mismo que había hecho en Hotel Tonight para Bird: llevar el negocio a México.
Era una empresa que me parecía extremadamente sexy, con un modelo muy innovador y tanto la empresa como la marca estaban en boca de todos. Su negocio eran los monopatines eléctricos, esos que puedes rentar con tu teléfono en las calles.
Para mí representaba un reto pasar de ese mundo de hoteles de lujo y cócteles a trabajar con mecánicos y pasar horas en estacionamientos.
Algo que tienen que saber de mí es que meto en muchos problemas así. Me emociono con proyectos que suenan innovadores, disruptivos o extraños y quiero ver cómo puedo participar.
Haciendo un paréntesis, a nivel personal, en aquellos tiempos tenía una pequeña duda pasajera sobre ser o no ser madre. Y aunque resonaba de vez en cuando en mi cabeza, mi médico me tranquilizaba diciéndome que tenía hasta mis 40 años para intentarlo. En ese momento de transición profesional, no parecía un problema cercano.
Gabriela: Yo era responsable de absolutamente todo lo referente a las operaciones de Bird dentro del país y la Ciudad de México, la más relevante. Aunque comenzamos con toda la actitud y con todos los recursos disponibles, no contábamos con los muchos retos que enfrentaríamos en el camino.
Para empezar, la Ciudad de México acababa de llevar a cabo un cambio de gobierno y la nueva persona encargada de la movilidad se le ocurrió hacer un modelo tipo de Juegos del Hambre para otorgar permisos.
Al haber más de ocho empresas de patines y bicicletas operando, lanzaron una competencia para solo dejar dos compañías a la vez. Quien estuviera dispuesto a poner máximo 800 patines en circulación y pagar más por cada patín se quedaba.
Fueron semanas de mordernos las uñas y esperar. Aunque habíamos perdido por unos centavos de diferencia, una de las empresas no pagó y lo logramos obtener.
Pero a pesar de ese logro, todo el tiempo estaban pasando cosas. Sino era el permiso eran robos por parte de una organización delictiva que los revendía o incluso de nuestros propios mecánicos o “birdwatchers, los acomodadores".
Me quedaba horas en las madrugadas trackeando el movimiento de los patines, tratando de averiguar quien dentro del equipo nos estaba haciendo una mala jugada.
Incluso, durante las manifestaciones que suelen suceden en la ciudad, la gente usaba nuestros patines como un arma para vandalizar comercios.

Comencé a sentir paranoia y recuerdo un par de ocasiones descargarme llorando frente al equipo a pesar de no querer ser la nube negra e intentar tragarme mis emociones. ¡Un desastre!

Gabriela: Mi experiencia con Bird tiene un paralelismo con la historia de mi propia maternidad: Tenía todo en mi contra.
Cuando finalmente empecé a intentar embarazarme, gracias a otros doctores, me di cuenta de que en realidad debía haberlo intentado antes de los 35 y no de los 40 como decía el primer doctor.
Tenía ya 37 años y un ejército de médicos diciéndome que nunca me iba a poder embarazar. Además, (les digo que me gusta meterme en cosas complicadas) mi esposo ya tenía tres hijos y una vasectomía que a pesar de que revirtió, no funcionó.
Ahora, la única alternativa que tenía para embarazarme era haciéndolo por fertilización in vitro. Para mí esto era un fracaso en el ser, en la identidad, en algo que se supone que tu cuerpo está diseñado para hacer. Fue un roller coaster emocional.
Honestamente, me quise rendir en cada uno de ellos, tanto en Bird como en mi deseo de ser madre. Pensé que eran mundos que podía manejar con fuerza, dinero y recursos, cuando en realidad era necesario tomar un paso atrás y usar la cabeza y corazón.
Tuve que ir en contra de lo que los médicos sabían de estudios y estadísticas. Si había un uno por ciento de probabilidad de embarazarme, decidí pararme en ese uno por ciento.
En Bird todo estaba mal, pero nos enfocamos en esa pequeña ventana donde podíamos hacer una diferencia y con eso lograr estar en el top ten de las ciudades de la compañía.
A partir de eso decidí hacer una diferencia para ayudar a muchas mujeres a que no pasen por todo lo que yo viví.
Gabriela: Bird murió. Explotó la bomba de los grandes fondos como SoftBank y muchas empresas, entre ellas Bird, decidieron retirar sus operaciones de los mercados en los que no fueran rentables.
Y sobre mi compromiso de ser madre, a pesar de intentar un embarazo a los 36 (que para el mundo parece una locura), después de 8 ciclos (o sea, intentos), 4 clínicas, 3 años de mi vida y más de un millón de pesos, mi hijo vive.
A veces es más fácil ceder ante “lo que uno ya sabe o cree que es verdadero” y decide renunciar, al final hay algo maravilloso en aprender a navegar lo impredecible.
En algún momento me acostumbré a fracasar. Pero mientras te hagas amigo del fracaso y digas “Voy a fracasar 500 veces”, y al final fracasas 250 veces, ya es un win.
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Editado por
Ricardo Guerrero
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